jueves, 30 de junio de 2011

SI NOSOTROS LES PAGAMOS, ¿POR QUÉ NO DESPEDIMOS A NUESTROS POLÍTICOS?

No se me ha ocurrido otra fórmula para intentar explicar la enorme distancia que hay entre los objetivos, promesas, compromisos y responsabilidades exigibles y los logros conseguidos por nuestros políticos, tanto en el ámbito valenciano, PP, como en el nacional, PSOE. En ambos casos los gobernantes llevan varias legislaturas al cargo de las administraciones, por lo que no pueden culpar de la situación a sus antecesores.

La evolución de los datos económicos en la última década muestran la incapacidad en la gestión, la imprevisión, la nula capacidad para la innovación e inversión en alternativas de futuro, la terca insistencia en un modelo de crecimiento absurdo basado en un mercado tremendamente finito y depredador de recursos como la construcción y, pasados los momentos de bonanza, la contumaz ceguera ante los evidentes signos de agotamiento del modelo y un obstinado y enfermizo optimismo que imposibilitó una oportuna reacción.

Pero si hasta aquí resulta lamentable el relato, es a partir del momento en el que los dirigentes políticos reconocen la crisis que la histeria y el patetismo cobran protagonismo en sus decisiones y actuaciones.

Millones de euros se invierten en las más absurdas iniciativas, inspiradas, como no, por el omnipresente espíritu del ladrillo. Plan E del gobierno Zapatero y Plan Confianza del gobierno Camps. Carteles, aceras, fuentes, edificios públicos que luego no se podrán poner en marcha por falta de dotación presupuestaria, cualquier cosa antes que dedicar un solo euro a inversiones productivas; es la filosofía del gasto frente al planteamiento de la inversión, un pequeño matiz en la gestión de los recursos que puede conducir de la sostenibilidad a la ruina.

La falta de criterio de nuestros administradores hace sonar la alarma de los buitres neoliberales de la Comisión Europea que se erigen como el referente salvador, además de haberse arrogado la autoridad para ello a través de mecanismos en absoluto democráticos, conminando al gobierno Zapatero a realizar una travesía ilegítima desde los territorios del "bienestar" hacia los desiertos de la precariedad y los recortes sociales y económicos.

Mientras tanto, en el ámbito de lo valenciano, la corrupción se intuye en todos los recovecos de la administración autonómica, la manipulación informativa y la desinformación se convierten en bandera del ente radiotelevisivo arma imprescindible para aletargar a la sociedad, el paro, sobre todo juvenil alcanza niveles inauditos, a pesar de la política cosmética de grandes eventos y proyección internacional. El indeseable colofón a este pastel de inoperancia, incapacidad y más que probable corrupción se materializó este pasado fin de semana cuando al sombra de la Fórmula 1 los funcionarios han empezado a tener problemas para cobrar sus nóminas.

Por una parte nos encontramos con un gobierno central que ha decidido, de forma unilateral e ilegítima, desmontar las condiciones básicas del estado del bienestar; desde la indefensión y precarización de los trabajadores, pasando por la recién aprobada reforma de las pensiones que supondrá tener que trabajar más años para tener unas percepciones menores, una subida de impuestos, IVA, que afecta  principalmente a las clases menos pudientes y todo ello sin la legitimidad de las urnas,  puesto en ningún momento estas medidas aparecieron en ningún programa electoral.

Por otra, un gobierno autonómico, inútil, manirroto, incapaz, pionero, eso si, en deslizarse por la peligrosa pendiente de los impagos a los funcionarios y proveedores, cuestión que puede llegar unas consecuencias y  un alcance insospechados.
Cualquiera que en una empresa presentase unos balances tan sumamente desastrosos resultaría fulminantemente despedido, entonces, ¿por qué narices tenemos que soportar que tamaños ineptos sigan  comandando nuestras instituciones?

Hasta que no podamos despedir a esta pandilla de..........(coloca sobre los puntos la primera expresión que te venga a la mente), nos veremos en las calles, amigos.

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